“PULNEJA“
POR FLOR ANDREA SALAZAR LARA
Cómo estarse quieta sin poder decidir si acompañarlos o no, de cualquier manera no tenía nada urgente que hacer, acompañarlos solo significaría perder una tarde más y quizás con suerte regresar con algo nuevo a casa, siempre sucedía así. Pero el tedio de ir, de caminar varias calles, andar entre la gente que es más alta que ella le provocaba una sensación de fastidio casi insoportable.
Después de pensarlo varias y repetidas veces decidió acompañarlos, cogió una manzana para ir comiendo y salió muy tranquila de casa, sin dudar en la puerta de la decisión de acompañarlos. Bajando las escaleras metió la mano en el bolsillo izquierdo del pantalón, se podían sentir algunas monedas, quizás seis o siete, suficientes para comprar algún dulce, o cualquier chuchería. En el bolsillo derecho, una maraña de hilo con un poco de pelusas sobrevivientes a la lavadora, nada grave.
Subió al auto, y el camino se hizo leve y corto porque recargó su cabeza sobre el respaldo del auto y cerró los ojos sin dormirse, hasta que llegaron.
Ya ahí, era de esperarse, mucha gente, pero trató de no fastidiarse, mejor comenzó a caminar con pasos lentos como lo hacía la demás gente.
Había mucho que ver, poco a poco se distraía en esto y aquello. Cuando se viene a estos lugares, el tiempo se pasa volando, pensaba ella, habían pasado noventa y tres minutos desde que habían llegado al lugar.
Varios pasillos avanzados, pero caminar aun no se volvía un martirio, las “casitas de colores“, como ella les llamaba, mostraban muchas curiosidades, pero ninguna tan impactante como para durar más de cinco minutos en ella. Varias casitas adelante, mientras ellos compraban algunas cosas, ella se detuvo y miró detenidamente el letrero de una casita. Al principio creyó que estaba leyendo mal, después miró letra por letra, no se equivocaba, entonces decidió acercarse un poco más y vio que el letrero decía bien “SE VENDEN PULNEJAS“
No quería preguntar qué era una Pulneja, sólo estaba decidida a comprar una, costara lo que costara. Con suerte y era muy barata.
Se acercó a la vendedora y pidió que le dieran una Pulneja, la vendedora con una sonrisa amable levantó las enaguas de la silla y fue hacia la parte trasera de la casita, se veía que hacía algo, movía las manos. Regresó al frente de la casita con una caja no muy grande de cartón y se la entregó diciéndole “que te sea de mucha utilidad”. Ella solo asintió con la cabeza y preguntó cuánto es, la vendedora respondió que cinco pesos. Ella, con una gran sonrisa metió la mano en la bolsa izquierda del pantalón, donde recordaba tenía seis o siete monedas, las sacó y contó hasta cinco, dijo gracias y dio la vuelta.
Teniendo la caja en sus manos sintió que algo dentro se movía, entonces supo que su Pulneja era algo que tenía vida.
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